Vanesa era una niña de ocho años que tenía un gran miedo a las inyecciones. Cada vez que iba al doctor, solo de ver la aguja, empezaba a llorar y temblar. Sus padres trataban de calmarla, pero nada funcionaba. Para Vanesa, las inyecciones eran lo peor del mundo.
Un día, Vanesa se enfermó. Tenía fiebre alta, tos y se sentía muy débil. Sus padres la llevaron al doctor, quien le dijo que necesitaba una inyección para curarse rápidamente. Al escuchar esto, Vanesa se asustó mucho. “No quiero una inyección, mamá. Por favor, no,” suplicó.
La madre de Vanesa la abrazó y le dijo: “Entiendo que tengas miedo, cariño, pero la inyección te ayudará a sentirte mejor. Es solo un pinchazo pequeño y luego estarás bien.”
Vanesa seguía llorando, pero su mamá y el doctor la convencieron de que se quedara quieta. El doctor preparó la inyección mientras Vanesa miraba con los ojos muy abiertos. “No puedo, no puedo,” repetía una y otra vez.
El doctor, muy amable, le dijo: “Vanesa, sé que tienes miedo, pero piensa en lo bien que te sentirás después. Solo será un segundo y tu mamá estará aquí contigo todo el tiempo.”
Vanesa intentó calmarse. Respiró profundo y cerró los ojos. Sentía el corazón latir rápido y sus manos estaban sudorosas. Su mamá le sostenía la mano y le decía palabras de aliento.
El momento llegó. El doctor se acercó con la inyección y Vanesa apretó los ojos con fuerza. Sintió un pequeño pinchazo en el brazo y, aunque dolió un poco, no fue tan terrible como imaginaba. En menos de un minuto, todo había terminado.
Vanesa abrió los ojos lentamente. “¿Ya está?” preguntó, sorprendida.
“Sí, ya está, valiente,” respondió el doctor con una sonrisa. “Lo hiciste muy bien.”
Vanesa no podía creerlo. Había enfrentado su miedo y había superado la inyección. Su mamá la abrazó fuerte y le dijo: “Estoy muy orgullosa de ti, mi amor. Sabía que podías hacerlo.”
En los días siguientes, Vanesa empezó a sentirse mejor gracias a la inyección. Cada vez que recordaba su miedo, también recordaba lo valiente que había sido. Aunque todavía no le gustaban las inyecciones, sabía que podía enfrentarlas si era necesario.
Vanesa aprendió una gran lección: a veces, tenemos que hacer cosas que no nos gustan para poder mejorar. Y aunque puede ser difícil, siempre hay personas a nuestro alrededor que nos apoyan y nos ayudan a ser fuertes.
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Vanesa was an eight-year-old girl who had a great fear of injections. Every time she went to the doctor, just seeing the needle would make her cry and tremble. Her parents tried to calm her, but nothing worked. For Vanesa, injections were the worst thing in the world.
One day, Vanesa got sick. She had a high fever, a cough, and felt very weak. Her parents took her to the doctor, who told her she needed an injection to get better quickly. Hearing this, Vanesa got very scared. "I don't want an injection, Mom. Please, no," she pleaded.
Vanesa's mother hugged her and said, "I understand you're scared, honey, but the injection will help you feel better. It's just a small prick, and then you'll be fine."
Vanesa kept crying, but her mom and the doctor convinced her to stay still. The doctor prepared the injection while Vanesa watched with wide eyes. "I can't, I can't," she repeated over and over.
The doctor, very kindly, said, "Vanesa, I know you're scared, but think about how good you'll feel afterwards. It will only take a second, and your mom will be here with you the whole time."
Vanesa tried to calm herself. She took a deep breath and closed her eyes. She felt her heart racing and her hands were sweaty. Her mom held her hand and said encouraging words.
The moment arrived. The doctor came over with the injection, and Vanesa squeezed her eyes shut. She felt a small prick in her arm, and although it hurt a bit, it wasn't as terrible as she had imagined. In less than a minute, it was all over.
Vanesa slowly opened her eyes. "Is it done?" she asked, surprised.
"Yes, it's done, brave girl," replied the doctor with a smile. "You did very well."
Vanesa couldn't believe it. She had faced her fear and gotten through the injection. Her mom hugged her tightly and said, "I'm so proud of you, my love. I knew you could do it."
In the following days, Vanesa started to feel better thanks to the injection. Whenever she remembered her fear, she also remembered how brave she had been. Although she still didn't like injections, she knew she could face them if necessary.
Vanesa learned a great lesson: sometimes we have to do things we don't like to get better. And although it can be difficult, there are always people around us who support us and help us be strong.